jueves, 16 de julio de 2009

Testimonios

Testimonio Personal del Atentado a la AMIA

Anita Weinstein

Lunes, 18 de julio de 1994, 9.48 de la mañana:

Un lunes como otros, de una semana llena de actividades preparatorias del 100º aniversario de AMIA, la institución central de la comunidad judía argentina, en la cual trabajo. Con Mirta Strier, mi secretaria, entramos al edificio y saludamos a Marisa, la jovencita que con su dulce sonrisa da la bienvenida a la gente que entra al edificio; están también Dorita, atendiendo el teléfono y los muchachos de seguridad: Carlos, Gregorio y Ricardo. En el camino alcanzamos a ver a Buby, el mozo al que, con un gesto le damos a entender que queremos el café que suele traernos todas la mañanas.

Pero esta no es una mañana como todas porque tan sólo unos minutos después, esos escasos minutos que tardé en ir hasta el fondo del edificio, más precisamente a las 9.53, se escucha un terrible estruendo, el piso se mueve, todo se sacude, las estanterías se nos vienen encima, se escuchan gritos, el aire se llena de polvo y no deja respirar. Son los interminables momentos del horror, el miedo, la angustia, la negrura y la oscuridad. El borde de la vida, el abismo de la muerte. ¿Estoy? ¿Dónde está Mirta? ¿Seguirá todo cayendo hasta arrastrarnos a todos? ¿Podremos respirar, podremos salir?

Todo esto, y quien sabe cuántas cosas más que no logro recordar, pasan por mi cabeza, por mis entrañas, por mi corazón.

Sólo cuando algunos pocos pudimos lograr salir de entre los escombros, sólo cuando pudimos mirar desde el techo del edificio lindero hacia lo que hasta hace unos momentos había sido una pacífica calle de Buenos Aires, sólo entonces pudimos entender la magnitud de lo sucedido. El edificio de AMIA y otros edificios vecinos estaban devastados, era una ciudad bombardeada. Era una bomba. Era otra vez una bomba en Buenos Aires destruyendo una institución judía, una bomba terrorista como lo que había hecho estallar la Embajada de Israel el 17 de marzo de 1992.

También esta vez, teniendo como destinatarios directos a los judíos y a la comunidad judía, se estaba golpeando a toda una sociedad y matando a sus habitantes.

Se estaba matando al niño de 5 años que con su madre iba al hospital y casualmente pasaba por la puerta de AMIA, se estaba matando al adolescente que vivía enfrente y se levantaba para ir a estudiar.

Se estaba matando al jovencito que traía desde el bar de la esquina un café y a la joven que se lo recibía en la puerta y que ese día, en forma excepcional, había venido a AMIA a ayudar a su madre.

Se estaba matando a los tres primos y un amigo que habían venido a arreglar el entierro del abuelo, a las personas que habían concurrido a buscar un trabajo o a recibir ayuda solidaria y también se estaba matando a las personas que los estaban atendiendo.

Se estaba matando a todo aquel cuyo destino hiciera que estuviese en esos terribles momentos al alcance los efectos devastadores de los explosivos introducidos en la planta baja del edificio de AMIA mediante una camioneta.

Habían matado a 85 personas, entre ellas a Mirta, Marisa, Dorita, Carlos, Gregorio, Ricardo y Buby, las personas con quienes nos habíamos cruzado hacía unos momentos.

La bomba devastó familias enteras, les arrancó sus seres queridos, les produjo un daño irreparable.

Dejó vacíos imposibles de cubrir en tantos hogares, en tantas aulas de escuelas y universidades, en tantos grupos de amigos, en tantos lugares de trabajo.

Dejó marcas físicas en los centenares de heridos e impactos anímicos en miles de afectados. Todos dolorosos, todas imborrables.

Pero nada de eso les importó a los perpetradores, a los asesinos, a los terroristas que lo idearon, pagaron y ejecutaron, ni a sus cómplices argentinos, responsables todos del horroroso atentado del 18 de julio de 1994.

El odio, la intolerancia, las ideologías fundamentalistas que privilegian prioridad a la muerte por sobre el respeto a la sacralidad de la vida, guiaron sus pasos hasta Buenos Aires, tal como lo hacen atacando y matando en Tel Aviv, Nueva York, Madrid o Londres.

En el multitudinario acto de recordación del 10° aniversario realizado hace una semana en Buenos Aires, desde el mismo lugar donde sucedió el atentado, el Presidente de AMIA -Lic. Abraham Kaul- y los familiares de las víctimas denunciaron al Gobierno de Irán y a su Embajada en la Argentina describiéndola como la base de operaciones desde donde se comandó el atentado a la AMIA y también la responsable por poner a la Argentina en la larga cadena de agresiones terroristas, al haber financiando y ejecutando junto a la organización terrorista Hezbollah el atentado más grande en la historia de ese país y el más significativo del mundo judío después del Holocausto.

Extraído del Instituto Latino y Latinoamericano del American Jewish Committee

AJC – El comité Judío Americano

www.ajcespanol.org

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